domingo, 17 de febrero de 2008

A Passion Play

15 enero 2008

A Passion Play

Aterrada, la joven bajó las escaleras todo lo aprisa que pudo. No podía correr para bajar aquella enorme evscalera de madera, testigo mudo de multitud de generaciones. Además tenía ocupadas ambas manos, una sujetaba un candil para iluminar su huida en la oscuridad de la casa, la otra mano recogía como podía la larga falda del amplio llevaba un amplio vestido que llevaba puesto. De pronto, un ruido. La muchacha se paró en seco, temiendo haber sido descubierta. Entonces una sombra pareció cobrar forma y apareció un hombre armado con un cuchillo. La chica, paralizada por el miedo no reaccionó y el se acercaba a ella, puñal en ristre cuando...

-¡Un momento, un momento!

El director se levantó interrumpiendo el ensayo. Los actores que se encontraban en la escalera abandonaron sus posturas extrañas y dejaron el rostro de sus personajes a un lado, volviendo a ser actores por un momento.

-Vamos a ver, Lauren, cuando el desconocido se abalance sobre ti, debes estar más aterrada. Y en cuanto a ti James, procura...

Entre bambalinas el productor contemplaba extasiado el ensayo general. Es curioso que un productor esté extasiado ante una cosa así. Normalmente en situaciones parecidas los productores están temblando, pensando que al día siguiente pueden estar en la ruina o llenos de gloria. Mucha fe debía de tener en esta obra. Aunque en realidad esto no es así.

El productor era un personajillo rechoncho y no muy alto, embutido en un traje de rayas que había adquirido con la esperanza de que le hiciese parecer más estilizado. Podría ser una persona desagradable, pero ese aspecto cómico que tenía que recordaba a un balón de playa hacía que a todos agradase. Viendo la obra se frotaba las manos. Realmente parecía contento. Disfrutaba con la actuación. De vez en cuando soltaba retahílas de adjetivos para demostrar su aprecio por la producción.

Al lado del productor. se erigía un hombre de edad avanzada, pero que todavía no puede considerarse como viejo. Estaba en buena forma, y nadie se habría imaginado su edad si no fuera porque tenía el pelo de la cabeza y del bigote completamente cano. Llevaba un bastón que sostenía elegantemente, no dejaba que el bastón fuera el que le sostuviese a él. Si realmente le hacía falta para caminar lo ocultaba muy bien. Con gesto ausente se mesaba los grandes mostachos blancos, acabados en rizado hacia arriba, que por lo visto daban un aire muy señorial, completando así una figura muy cuidada y diseñada para imponer respeto y admiración.

-¡Oh! ¡Magnífico, sublime! ¡Increíble, maravilloso! ¿No le parece a usted que será un gran éxito, señor maestro ingeniero?

- Puede ser.

- Me encanta su sistema de tramoyas y de escenografía no podía ser más perfecto, ¿no le parece?

-No.

Obtener una respuesta de una pregunta así no suele ser buena señal. O al menos eso pensó el productor. Dirigió una mirada inquisitiva por encima de sus gafas de media luna al ingeniero-jefe, mientras su rubicundo rostro iba enrojeciendo por momentos.

-Mire, señor productor, este sistema dista mucho de ser perfecto. No es malo, es cierto, y tiene ventajas, como por ejemplo dar soporte a escenarios grandes y espectaculares como este. Además puede mover piezas grandes, como la escalera de madera que ha colocado en medio. Pero si algo le falla al sistema Tadeau es que es poco flexible y se lleva mal con los sistemas de luces. Mire allí arriba, ¿lo ve?, casi no hay sitio para los focos y estos han de estar fijos, no se pueden usar efectos de luces. Aunque el sistema Tadeau es fiable, es poco manejable y muy lento. Ahora existen otros sistemas mejores en la mayoría de los aspectos, y más baratos. Eso sí, el Tadeau no falla casi nunca y es seguro para los actores. Pero otros sistemas también le ofrecerían eso.

Mientras el ingeniero hablaba, el productor se iba poniendo más y más rojo, adquiriendo por momentos el aspecto de un tomate en un traje.

-¡Eso es inaudito!¡Me ha engañado usted!¡Me prometió que tendría el mejor sistema posible!

-No es cierto. Yo no le prometí tal cosa. Únicamente le garanticé un buen sistema.

-¿Pero por qué?¿Por qué me hizo instalar este sistema, si sabía que los había mejores?¿Acaso se lleva comisión?¿O disfruta viéndome perder dinero?

-Nada de eso. Digamos que se lo debía a un viejo amigo, que no pudo ver su invento. Era para saldar una deuda poética.

El caballero de los grandes bigotes se marchó, dejando al productor a punto de estallar por la ira. Salió por un lateral del escenario, dirigiéndose a la platea. Bajó al patio de butacas y de pronto lo vio, un rostro que habría reconocido entre un millar, pese a haber pasado muchos muchos años desde que lo vio por última vez. Su cara había cambiado un poco, se había vuelto más seca, más arrugada y se había dejado bigote. Su pelo era gris, pero un gris sucio, no el gris cano que el maestro ingeniero lucía con orgullo. Parecía que la vida no le había tratado también como al ingeniero-jefe.

-¡Tiborosky!- El rostro familiar se volvió hacia él. Al principio no lo reconoció, pero cuando lo hizo un brillo de alegría apareció en unos ojos negros muy, muy cansados.

-¡Pero si es el pequeño Deckard!¿O debería decir el insigne maesto ingeniero D. Ensbox?

-Eso sólo para los extraños. Para los amigos siempre seré Deck. Aunque pasen mil años.

-Y ciertamente han pasado mil años, hermano.

-Los años no te han tratado muy bien, Tibo.

-En cambio a ti parecen haberte dado lo que te merecías. Mírate, eres todo un hombre respetable. Ingeniero-Jefe, Maestro Ingeniero, Capitán de los Ingenios... ¿hay algún título que no te hayan dado todavía?

-No me puedo quejar, cierto. ¿Y a ti cómo te va?

- Pues ahí sigo, ya casi retirado, pero aún hago algún trabajillo para la hermandad de Ingenieros. Nunca he querido ser un pez gordo cómo tú.

-Tú libre hasta el final, ¿eh Tibo?

-Puedes jurarlo.

Por un momento se quedaron mirándose el uno al otro, intentando saber quién envidiaba más a quién. También intentaban recordar cuándo fue la última vez que se vieron y por qué no se habían vuelto a ver.

-Nos encontramos después de tantos años...Ojalá estuviese aquí Wences. Como en los viejos tiempos...

-Eso me recuerda... Mira, está es la razón por la que vine a buscarte.

Tibo le alcanzó un periódico del día, con una página señalada. Leyó el artículo. En él explicaba que unos investigadores habían encontrado restos de insectos en la caja original de los planos maestros de AQUALUNG BRICK, conocida como la obra maestra de la ingeniería moderna, descubierta hace casi 50 años. Por lo visto habían conseguido demostrar que el insecto en cuestión sólo existía en un lugar en concreto del mundo; España.

-España... justo como pensábamos. Esto confirma muchas cosas.

-Sí, Deck.

-Es lo que pensábamos. Tu y yo, en el fondo, lo sabíamos.

-Y que poco sabe el mundo.

-Sí.

-En fin me tengo que ir. Espero que no tengan que pasar otros veinte años para que volvamos a encontrarnos.

-Claro que no.

-¡Salud, hermano!

-Adiós, Tibo.

Cuando su amigo se fue, el maestro ingeniero salió y empezó a vagar por las calles. Hacía un frío cortante, pero casi no lo sentía. Tenía la sensación de que no volvería a ver a su viejo amigo. Casi sin darse cuenta llegó al punto medio del puente que se alzaba sobre el gran río que dividía la ciudad. Contempló sus azules aguas.

-Esto me trae tantos recuerdos...

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