domingo, 17 de febrero de 2008

La Princess Perdue

20 septiembre 2007

La Princess Perdue

Sólo había oscuridad. Todo era negro. Negro y rojo. Un remolino me agitaba y no podía ver, ni saber que pasaba a mi alrededor. Lo único que tenía era el dolor. Al final mi tormento amainó. La caída me había destrozado, pero estaba vivo.
Lo único que recuerdo con certeza es que por encima de mi cabeza a veces había luz. Por el agujero que había caído entraban unos pocos rayos de luz a determinadas horas del día. Para mí era la única forma de contar el paso del tiempo. Tengo la sensación de que no estaba tan alto pero caí mal. De lo que sí estoy seguro es del dolor. Al menos me había roto un brazo y una pierna. Me preguntaba si esto era una trampa de algún tipo o simpemente que los dioses me habían querido jugar una mala pasada. Al menos tenía la cantimplora. Si al menos no se hubiese quedado la mochila fuera hubiera tenido herramientas y tal vez una pequeña posibilidad de escapar.
Pasaron dos días y pensé que iba a morir. Solo y olvidado. Apartado del mundo y sin poder ver el cielo por última vez. Me decía que si me salvaba iba a hacer grandes ofrendas a los dioses por su misericordia. Aunque estaba seguro de que nadie aparecería. De todos modos no pensaba que nadie pudiese hacer mucho por mi. Atrapado y malherido no iba a ser capaz de salir ni con ayuda.
Una noche, cuando ya me había resignado a mi suerte pude ver algo de luz que se colaba por la grieta e iluminaba la pared. Era una luz blanca muy brillante. No pertenecía a este mundo. Pensé que tal vez ya había muerto y que venían a buscarme. Una silueta se dibujó en la pared. Entonces escuché una voz de mujer. De mujer joven. Debía de ser un ángel. Pero no lo era. Asomó su cabeza. No sé si lo sería realmente, pero para mí fue la visión más maravillosa sobre este planeta.
La llamé con las pocas fuerzas que me quedaban. En realidad estaba tan agotado que no sabía si ella escucharía mis súplicas. Me preguntó por mi estado y se ofreció a sacarme de allí. Pensé que me abandonaría para buscar ayuda. Sé que no hubiese sobrevivido si me hubiera dejado. Volvió y me dijo que había encontrado mi mochila y que todavía estaba la cuerda. Pensé que no iba a servir de nada, pues no podría trepar por ella. Entonces mi salvadora ató la cuerda a un árbol y descendió por ella. Lo hizo con una agilidad felina.
Cuando llegó abajo se posó a mi lado. Digo bien, se posó. Porque sus movimientos eran tan gráciles y etéreos que más que moverse parecía que volaba o quizá que flotaba en el aire. Se arrodilló y me ató la cintura. Dulcemente me dijo que ella tiraría de la cuerda, usando una rama como polea y así podría trepar con facilidad.
"Sea valiente, mi señor" - y me besó dulcemente la frente.
A partir de ese momento recobré los ánimos. Casi puede decirse que volví a la vida. Cuando empecé a escalar ya no me dolía nada, nada me daba miedo, estaba rebosante de fuerzas. Cuando salí contemplé las estrellas un segundo. Pero faltaba una que estaba allí de pie, contemplándome. Sus cabellos de oro caían en cascada sobre sus hombros, en un vestido blanco que parecía brillar con luz propia. Sus ojos negro azabache eran tan oscuros y profundos que cualquier caballero que hubiese caído en ellos jamás hubiese llegado al fondo. Le pregunté su nombre. Se lo pensó un momento.
"Si quereís podeís llamarme Nana"
Y entonces perdí el conocimiento. Cuando desperté tenía el brazo en cabestrillo y entablillada la pierna. Pensé que con la luz del día la maravillosa aparición había vuelto a la tierra de los sueños de la que se debía de haber escapado, pero me equivocaba. Ella volvía con dos caballos. Me explicó que tenía algunos conocimientos de medicina y por ello me había podido tratar. Desayunamos en silencio, sin mirarnos, hasta que me pidió que la acompañase. Me sentí un poco rídiculo cuando me ayudó a montar a caballo. Un jinete menos experto no hubiera podido cabalgar en esas condiciones.
"Mi caballero lisiado" -dijo y se rió de mi aspecto cómico. A mí su risa me sonó como un coro de ángeles.
Iniciamos la marcha por algunos senderos poco transitados. Era buena idea, pues así evitaríamos a bandoleros y ladrones, ya que, aunque conservaba la espada poco podría hacer con un solo brazo contra varios asaltantes. Durante el camino hablábamos poco. Casi no me atrevía a mirarla, pensando que si la miraba demasiado me quedaría ciego, como si me contemplase fijamente una luz demasiado brillante. A nuestro alrededor todo parecía lleno de vida y tras tan mala experiencia hasta la brisa en la cara me hacía sentir exhultante, lleno de vida.
Cayó la noche y buscamos un claro para dormir. Desensillamos los caballos y preparamos el terreno. Convenimos en no encender hogueras, para no llamar la atención y porque por los alrededores las únicas bestias salvajes andaban sobre dos piernas. Nos acomodamos lo mejor que pudimos entre raíces y rocas. Ella no parecía acostumbrada a dormir al aire libre, aunque parecía no importarle el duro suelo que iba a ser su colchón. Tenía tantas cosas que preguntarle que si empezaba nunca hubiera terminado. Pero no me atrevía. Me pregunto como hacía para que su vestido siguiese impoluto. Me decidí a montar guardia al menos durante unas horas pero la fatiga pudo más y me quedé dormido enseguida.
Al día siguiente me encontraba mucho mejor. Ella ya había preparado las cosas para la marcha y me dio algo de comer. Durante aquella jornada empezamos a hablar un poco más. Le dije que era un caballero errante que buscaba trabajos por el mundo, para algún día ganarme un nombre y poder servir a algún señor menor. Así viajamos durante algunos dias. Descansabamos a menudo y ella me pedía que le relatara mis viajes. A mi me parecía que carecían de interés. pero ella escuchaba con gran atención y siempre me pedía que le describiese los paisajes, castillos y ciudades que había visitado. Por las noches era ella la que me contaba historias de otros mundos. Tenía una habilidad especial para ello.
Para mí era el paraiso. Hasta aquella noche.
Un grito ahogado me despertó. Ví a dos hombres agarrando a la chica y un tercero a mi lado registrando mis pocas pertenencias. Me fui a levantar corriendo pero un cuarto agarró. Me zafé de él pero cuando me levanté mi pierna herida me falló y caí al suelo. El cuarto asaltante me pateó las costillas y me dejó sin respiración. Estaban decidiendo que hacer conmigo cuando la muchacha intentó escapar de sus captores. No lo consiguió, pero el cuarto se olvidó de mí un instante suficiente como para que me levantase propinándole un terrible cabezazo en el estómago. La pierna me dolía como si fuese a estallarme, pero no le hice caso. Empujé al hombre que se retorciá de dolor y se golpeó la cabeza contra un árbol. El tercer asaltante intentó sacar su espada pero me abalanzé sobre él como pude desarmándolo. Aunque casi no podía moverme lo agarré y ambos rodamos por el suelo. Uno de los que retenían a la chica vino a socorrer a su compañero. No le ví y consiguó dejarme clavado el puñal en el hombro. Sangrando y loco por el dolor me arranqué el puñal y se lo clavé en el muslo. Eso equilibraba algo las cosas. El tercer asaltante había recuperado su espada y avanzaba hacia mí cuando el jefe le ordenó que se detuviese. No sé que había ocurrido pero el jefe tenía la nariz rota y la chica le había arrebatado la espada al ladrón y amenazaba su garganta.
Los ladrones entregaron sus armas y se quedaron alejados mientras me dirigía al caballo como podía. Mi salvadora particular de repente no parecía tan angelical. Cuando pasé por su lado ella me miró y uno de los ladrones le lanzó un puñal escondido. Yo me interpuse en la trayectoria y mi cuerpo recibió otra herida más, esta vez en el vientre. El jefe había aprovechado para escabullirse y la situación pintaba muy mal.
Entonces sonó un cuerno y apareció un jinete armado. Era un capitán de la guardia del bosque. Le siguieron varios jinetes más. Los ladrones sabiendose perdidos se dieron a la fuga. Los hombres de la guardia del bosque Para entonces ya había perdido mucha sangre y me desmayé.
Cuando desperté estaba en un colchón de plumas. Vi a un par de criadas al lado de mi cama. El cuerpo me dolía como si me hubiera pasado encima una manada de caballos. La boca me ardía y casi no podía ni hablar. Cuando me miraron sólo acerté a pedir agua. Una de ellas salió corriendo, como si hubiera visto a un muerto hablar. Vi que me habían limpiado y cosido las heridas y vendado todo el cuerpo. La criada me dio de beber. No recuerdo muy claramente aquellos dias, así que supongo que me mantendrían semiinconsiente todo el tiempo.
Al cabo de unos días ya podía hablar y siempre había alguien a mi disposicion. Por algún motivo no querían contarme que había pasado. No querían decirme donde estaba ella. Así que me dediqué a descansar y dormir. De vez en cuando venía un gran sacerdote. Debía ser de los más importantes del reino. Nunca había visto tantas joyas juntas. Se notaba que conocía su oficio.
Ya estaba mejor cuando vino el capitán de la guardia del bosque. Le dijo que debería marcharse al dia siguiente. A mi me parecía justo, ya había abusado bastante. Me sacó de la habitación para enseñarme dónde había estado. Salí a un patio como pocos había visto. Estaba en un gran castillo. Me explicó que era el castillo de Arisus y que había recibido el cuidado de los mejores médicos y sacerdotes de la región. Yo no entendía porqué.
Me llevó aparte, a un rincón y me dijo que me tenía que ir esta noche sin falta. Me contó que ella era en realidad la princesa. Se había escapado y el rey estuvo buscándola todos esos dias. Parece ser que quería conocer mundo y a su gente. En vez de eso me encontró a mí. Cuando la guardia nos llevó al pueblo más cercano la princesa se reveló al señor de aquellas tierras quien me llevó a su castillo y me proporcionó todos los cuidados que había recibido. Pero era sospechoso de secuestro de la princesa y en realidad estaba bajo arresto. La princesa no podía verme. Había mandado mensajes al rey suplicando por mi. El rey había mandado un mensaje para el capitán. Me daba la oportunidad de escabullirme esa noche. Si no, por falta de pruebas, me tendría que hacer colgar. No tenía opción.
Aquella noche salí del castillo. Llevaba lo poco que quedaba de mis pertenencias y unas monedas que habían tenido la amabilidad de darme. Llegué a la seguridad del bosque y me giré para contemplar el castillo por última vez. La enorme luna llena se reflejaba en el lago que había a los pies del castillo. Formando un espectacular mar lunar. Me volví.
Y allí estaba ella. Se cubría con una capa oscura para que no la viesen, pero debajo se entreveía un atuendo muy rico, propio de una princesa. Su pelo estaba adornado con una diadema de plata y llevaba pendientes de perla. No sé como había llegado allí. Parecía cansada. Tal vez vino corriendo. Nos quedamos mirando un rato a los ojos sin poder decir nada. Parecía que nos habíamos convertido en estatuas, encantados por el hechizo de la luna de verano.
- Sir...
- ...
- No os vayaís, por favor.
- Tengo que irme.
- Es por mi padre, ¿verdad? No puede haceros nada, yo os protegeré. Le diré la verdad.
- No tiene nada que ver con eso. De verdad.
- ¿Entonces? ¿Por qué os marchaís?
- Tengo que hacerlo.
- ¿Os espera alguien? ¿Es eso?
- Nadie me espera. Nadie nunca me ha esperado.
- Yo os he esperado. Todos estos días. Toda mi vida.
- No digaís eso. Aún sois muy joven.
- ¡Quedaos conmigo!
- No puede ser. Vos sois una princesa y yo un hombre errante. Sin patria. Sin nada.
- No me importa.
- No puede ser y vos lo sabeís.
Se quitó las joyas y los adornos y se soltó el complicado peinado que lucía. Se rasgo el vestido, descubriendo la ropa blanca que yo conocía. Sus bellos ojos lucían llorosos.
- Entonces llevadme con vos. Renunciaré a todos mis derechos y erraré con vos por los caminos.
- Yo no os haría renunciar a todo eso. Nunca.
- Pero no lo quiero. Sólo os quiero a vos.
- No puede ser.
- Entonces no me amaís.
- Os amo y eso es lo más duro de todo.
Ella se quedó allí, mirando a la luna que se alejaba de la tierra, mientras yo me alejaba. Miré atrás una última vez. La capa dejaba ver sus hombros. Un rayo de plata se reflejó en la lágrima que corría por su mejilla.
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A veces las historias se escapan a nuestro control.
Se hacen más y más grandes y avanzan en la dirección
que ellas quieren, ajenas a nuestra voluntad

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