martes, 6 de mayo de 2008

Cascos Nuevos



Ayer me compré unos cascos nuevos. Así no me aburriré en el metro. O me aburriré menos. O podré escuchar esas canciones que de vez en cuando resurgen en mi cabeza. Y mucho más práctico que eso, podré intuir la radio en el fútbol (porque en realidad, es imposible escucharla con tanto ruido, a no ser que la pongas tan alta como para perforarte el tímpano).


Eso me hizo recordar, que cuando todavía iba al colegio, una profesora nos preguntó qué nos parecían las personas que iban escuchando música en el metro o en el autobús. Nos dijo que lo que querían era aislarse del mundo, por eso solían llevar la música alta. Después nos preguntó que qué podías hacer en el transporte público para no aburrirte. Además de leer, una de las propuestas era observar a la gente a tu alrededor. Recuerdo decirme a mí mismo que de mayor no sería de los de la música, y que observaría a la gente.


Creo que una de las primeras cosas que hice fue comprarme un mp3, para escuchar música. Eso sí, siempre lo más baja posible, para no dañar mis oídos y para no imponer mis gustos musicales a nadie (costumbre muy fea que cada vez es más común por estos lares). Además casi siempre llevo un sólo casco. Esto tiene un doble objetivo; primero, quedarme sordo como mucho de un oído y segundo no aislarme completamente de mi entorno. ¿Quién sabe la cantidad de cosas interesantes que pueden ocurrir alrededor? Además es práctico si alguien intenta llamarte de lejos o si algún coche te pita. Por otro lado no siempre llevo la música puesta.


Es cierto que observar a la gente alrededor, dentro de un autobús o de un vagón de metro, durante hora y media o dos horas al día es tedioso, y por eso tengo el mp3, pero a veces puedes ver a gente curiosa o quizá escuchar una conversación interesante. Quizá os suene muy raro o profundamente descortés, pero de vez en cuando encuentras una conversación que merece la pena.


Efectivamente, toda esa introducción ha sido porque hoy he escuchado una conversación muy interesante en el autobús. Después de esperar más de quince minutos y haberme arrepentido de no haber cogido el metro, por fin llegó al autobús. No llevaba los cascos nuevos, porque al lado de la carretera es imposible escuchar música, pensando en ponérmelos dentro del autobús. Había mucha gente y quedé situado al lado de dos asientos enfrentados. En uno iba un señor bastante mayor, pero no anciano. Trajeado y con corbata, calvo y un tanto regordete, con aspecto de profesor clásico de universidad. Enfrente, un señor al que todavía se le puede decir joven, vestido elegantemente, pero sin traje, delgado y con gafas, con aspecto de profesor moderno de universidad.


Estaba yo mirando la corbata del señor mayor, cuando acierto a oírle decir algo sobre una conferencia de Ortega y Gasset. La filosofía siempre ha despertado un poco mi curiosidad, así que me puse a escuchar con atención. Hablaba sobre "la concepción vitalista del ser humano", de que en realidad el ser humano se diferencia de los animales, no porque pueda pensar, sino porque puede crear. Usaba un lenguaje que no entendía del todo, pero mientras intentaba decidir si realmente me interesaba llegar a entenderle, el joven dijo que el ser humano se caracteriza también por el lenguaje, pero que es curioso como lo que provocó la creación del lenguaje era la necesidad de contar. Dijo que las matemáticas eran un lenguaje y poco más. Ciertamente las matemáticas son un lenguaje, pero algunos amigos míos se hubiesen molestado por lo de "nada más". El hombre mayor dijo que la distinción entre letras y ciencias era demasiado artificiosa, lo cual hizo que siguiera escuchando con atención.


Durante poco más de veinte minutos hablaron de educación, de la importancia de la curiosidad, de la sociedad moderna y su falta de tiempo, de lectura, de historia, de las celebraciones del dos de mayo, de política y de historia reciente como la RDA, o la revolución de Portugal. No os voy a aburrir con el relato de toda la conversación, ya que no me acordaría y no sería demasiado interesante. Quizá os lo podría haber camuflado como relato, para que mi capacidad para crear una conversación filosófica os dejase completamente aturdidos, pero no hubiera tenido mucho sentido.


¿Y todo esto por qué lo cuento? Primero para reactivar el blog, pero también porque me ha hecho pensar un poco. Es importante pensar, pero sobre todo pensar en cosas interesantes, no sólo en darle vueltas a tonterías. Además me recordaron que el que más tiempo tiene suele ser el que más cosas tiene que hacer.


Por otro lado hace poco pregunté a un par de personas que qué era yo, si listo o sabio, y todas respondieron que sabio. En realidad no creo que lo sea, pero sí sé que me gustaría llegar a serlo. Y para ello el primer paso es escuchar.


Hale.

3 comentarios:

  1. Yo no tengo remedio y tolero bien los volúmenes propios altos (sin llegar al umbral del dolor, claro) y se me hacen necesarios para paliar el ruido del transporte público (casi más las conversaciones a volumen exagerado de la gente que el inevitable sonido del medio de transporte).

    Y, como melómano y futuro audiófilo, tengo que preguntarte por el modelo, precio, nivel de satisfacción y lugar de compra de tus nuevos cascos, jejeje. Necesito subir de nivel, por muy buena relación calidad/precio que me den mis Sony preferidos (en torno a 12€ en la FNAC, comportamiento perfecto en transporte público). ¿Datos, please? :P

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  2. Ni sabio ni listo, eres un maricón del copón! ¿De qué te sirve ponerte un solo casco para no aislarte si te aislas aún sin cascos y con gente conocida? Esto además me hace pensar que además de callado eres un gran cotilla. Veo que eres un auténtico teleco, siempre con la antena puesta, por lo que se pueda recibir.
    Y dios! Un puto captcha de esos!! Menos mal que no hay gaticos ni monetes detrás de las letras porque si no, te juro que te quedabas sin comentario.

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  3. Vaya, a partir de ahora tendré cuidado de no hablar muy alto cuando vaya en el metro :P. Al margen del tema filosófico, tu historieta me ha hecho pensar que aquí en Madrid es muy difícil que dos personas que no se conocen entablen conversación mientras van en el transporte público. No sé si en este caso los señores de los que hablas iban juntos o si simplemente terminaron hablando de Ortega y Gasset por la casualidad de sentarse en asientos enfrentados, pero es cierto que es muy raro que se dé la segunda situación... Y yo me pregunto, ¿por qué?

    Pongámonos en situación... es domingo, y estás en el bar tomando una cerveza mientras ves el partido del Mandril. En un cierto momento oyes al que está en la mesa de al lado (un hombre obeso y calvo con pinta de mecánico al que nunca antes has visto) meterse con Guti, a lo que tú sueltas el primer típico argumento borreguil futbolero que se te ocurra. El mecánico te responde y al poco tiempo os veis mentando a la madre de Luis Aragonés y la polémica en torno a Raúl. Vaya, que habéis entablado conversación sin conoceros de nada. Nadie te mira raro, todo sigue igual, ¿no? Ahora ponte en otra situación... Vas en el metro y a tu lado se sienta una chica a la que tampoco conoces de nada, con pinta de estudiante de derecho. Ves que está leyendo una novela de uno de tus autores favoritos, por lo que decides interrumpirla educadamente para hacer un comentario sobre tu interpretación de cierto capítulo y, de paso, interesarte por su afición. La estudiante de derecho piensa que eres un psicópata que trata de meterle ficha y corre para cambiarse al vagón de al lado.

    No sé si es cosa mía, pero casi nadie habla con nadie cuando va en el transporte público... Y eso que la mayoría de la gente pasa más horas a la semana ahí que en el bar. Todos miramos y escuchamos, como tú en este caso, pero rara vez decidimos intervenir. ¿Qué es lo que falla? ¿Ponemos grifos de cerveza en las paradas?

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